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El ataque contra Siria, que Donald Trump lanzó apresuradamente y probablemente por motivos de política interna de Estados Unidos, pone en vilo a todo el mundo y confronta nuevamente a las potencias de oeste directamente con Rusia.

Respecto al “ataque químico” del martes 4 en la provincia de Idlib, en Siria, y a pesar de lo que afirman con simulada contundencia los medios, hay una sola cosa clara: no se han presentado evidencias firmes de nada, excepto de que hubo víctimas de “algo” en momentos en que un avión sirio sobrevolaba Khan Shaykhun.
Si solo consideramos como prueba válida aquella entregada, contrastada y verificada independientemente, entonces el escenario se plantea bastante menos fundamentado de lo que aparentan facciones de lado y lado.
No hay pruebas de que ese avión lanzara bombas químicas, como dicen los rebeldes (que en la zona atacada son yihadistas asociados a Al Qaeda).
No hay pruebas de que el edificio destruido tuviera elementos químicos en su interior, como dicen los gobiernos ruso y sirio. Ni siquiera de que exista dicho edificio, supuestamente un depósito de municiones.
No hay pruebas tampoco de que haya habido alguna sustancia tóxica en el aire de Khan Shaykhun ese día.
No hay pruebas, por lo tanto, de que se usara gas sarín. Esto es discutible, ya que “altos funcionarios de la Casa Blanca” informaron el martes 11 que cuentan con muestras de tejido e incluso del proyectil utilizado, en los cuales habría rastros de sarín. Por ahora, solo existe la declaración y nada concreto se ha presentado. Pero si tomamos en cuenta que las muestras son resultado de las autopsias practicadas en Turquía, que además probablemente sea el conducto para acceder a los restos del proyectil, hay que recordar que ese país también es parte involucrada, debido a su respaldo a esos mismos rebeldes (sí, a Al Qaeda) y a los antecedentes de que habría ayudado previamente a que ellos consiguieran acceso a armas químicas.
No hay pruebas de la cantidad de víctimas. Los propios rebeldes han entregado la cifra de más de 80 muertos y de 500 heridos. Ya que la zona atacada está poco poblada, es improbable que se hayan producido tantas víctimas, a menos que hayan estado en algún tipo de reunión masiva.
Ante la acumulación de interrogantes y la falta de pruebas, tampoco es posible señalar con el dedo a un culpable. Los responsables del incidente pudieron ser:
- Las fuerzas sirias, mediante un ataque químico intencional por aire o tierra. Si fueron los oficialistas, podría ser un ataque ordenado desde el máximo nivel o fruto de una facción anti-gobierno que apostaba al rechazo internacional que obviamente produciría.
- Los rebeldes, con un falso ataque intencional o uno verdadero pero accidental, ocurrido en el edificio atacado por los sirios o en sus inmediaciones. Se ha insinuado que pudieron sufrir un accidente al manipular obuses químicos que llevaban hacia el frente de batalla, varios kilómetros más al sur.
- Tropas o agencias de inteligencia extranjeras. El supuesto ataque solo perjudica a las fuerzas que apoyan al presidente sirio, Bashar al-Assad, pero beneficia enormemente a sus enemigos, especialmente después de que el gobierno estadounidense explicitara una semana antes que ya no tenía como prioridad la salida del mandatario. Eso no exculpa a Estados Unidos, ya que también podría tratarse de una operación de ciertas facciones interesadas en engañar a su propio presidente.
- Turquía, que está apoyando a los rebeldes yihadistas que combaten en Idlib.
- Israel, que quiere la salida de Assad a cualquier costo, mientras no lo pague directamente., así como Arabia Saudita y Qatar, que también quieren el cambio de régimen y están dispuestos a pagar enormes sumas.
Por supuesto, también puede haber sido una combinación de estos posibles culpables. Una versión asegura que se trató de un ataque real planificado y ejecutado por los servicios turcos de inteligencia con las fuerzas de Al Qaeda. La supuesta investigación en terreno de expertos con contactos en los servicios secretos de la zona da detalles. Por ejemplo, que el plan comenzó a ser preparado hace dos semanas por Amir Abou al Baraa al Sheshani (líder de Al Qaeda supuestamente muerto) y la inteligencia turca basada justamente en Khan Shaykhun, bajo el mando del coronel Osmon Ozon.

Sin Justificación
Para dejarlo claro después de todo lo dicho: no hay ni una sola prueba que apunte a la responsabilidad del gobierno sirio. Incluso si resultara real la acusación de que hubo un ataque químico desde un avión sirio, todavía podría ser obra de mandos medios o elementos “comprados”.
No se trata de exculpar a Assad, que también es un posible culpable, sino de subrayar el hecho de que nada permite atribuirle aún la culpa y por lo tanto nada justifica la reacción de Estados Unidos.
El hecho de lanzar un ataque con misiles crucero, a pesar de que causó daño mínimo y escasas muertes, solo demuestra que el supuesto ataque sobre Khan Shaykhun es apenas una excusa y los objetivos son otros. Es decir, no se trata de castigar lo que sería un crimen de guerra sino probablemente de volver al escenario en que la prioridad es deshacerse de Assad. De hecho, es lo que públicamente ha declarado el gobierno de Washington apenas una semana después de haber dicho todo lo contrario.
Ahora bien, si la falta de pruebas es evidente y el objetivo tan sospechoso para cualquiera medianamente informado, ¿cómo se explica que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ordenara ese ataque ilegal?
Olvidemos a los medios masivos, que deberían haber preguntado esto mismo. Hace rato que su agenda coincide con la de los neoconservadores estadounidenses y el establishment occidental, por lo que junto a esos sectores estaba llamando a acciones militares de gran envergadura y, una vez ocurrido, corrieron a aplaudir el ataque con misiles y al líder que los ordenó.
Esta podría ser una explicación a la orden de Trump, si descartamos el discurso oficial de que se vio impactado en su amor por los niños al ver imágenes de las víctimas de Khan Shaykhun. Desde que asumió, el mandatario estadounidense ha estado en constante conflicto con esos mismos medios y su popularidad ha caído consecuentemente. Al ordenar el ataque, brevemente recibió la aprobación mediática y respondió a lo que suponía interés mayoritario de la ciudadanía estadounidense e incluso de gran parte de Europa. No solo apareció como un defensor de la justicia internacional sino que enfrentaba indirectamente a Rusia, justo cuando estaba acorralado por acusaciones de convertirse en un títere de ese país para ganar las elecciones.
La gloria fue efímera. Los medios volvieron a sus ataques (MSNBC incluso se suma al bando de los teóricos de la conspiración, al afirmar sin ninguna prueba, y con poca lógica, que se trató de una operación montada por Rusia y Trump para limpiar su imagen), pero lo peor es que perdió el apoyo de sus partidarios.
En efecto, ganó las elecciones en parte porque se mostraba como aislacionista, con la promesa de que abandonaría las billonarias aventuras militaristas en el mundo para concentrarse en la inversión dentro de Estados Unidos. Hasta una semana antes de que el mundo supiera la existencia de Khan Shaykhun, Siria era su clásico ejemplo de que no se preocuparía de los problemas internos de otro país y solo se dedicaría a combatir a los terroristas allí presentes (el grupo que actualmente se hace llamar Estado Islámico de Irak y el Levante, ISIL).
Después de semanas de declaraciones populistas y contradictorias, Trump finalmente mostraba con hechos claros una postura real ¡en contra de todo lo que había dicho y prometido!
No solo han arreciado las críticas de sus votantes. Incluso partidarios suyos dentro del Partido Republicano y el Congreso se volvieron en su contra, tanto por romper sus promesas como por haber ordenado el ataque sin siquiera consultar a los parlamentarios. Este solo hecho aumenta su debilidad ante un posible proceso de destitución (impeachment).
Con la maniobra, Donald Trump no ganó amigos permanentes, pero perdió algunos de los pocos que tenía.

Enemigos Internos
Similar es la situación en el tablero internacional. También allí Trump ganó aplausos de los aliados habituales de Estados Unidos, que por fin tenían algo concreto a que aferrarse en materia de su política exterior.
Pero si en este escenario no necesitaba ganar popularidad, tampoco era necesario que se basara en un engaño para lanzar el ataque a Siria. En este caso, cobra valor la hipótesis de que Trump fue el engañado, específicamente por parte de su entorno y el aparato de la industria militar, que habrían mostrado solamente lo que querían mostrar para hacer casi inevitable ese ataque.
Hay que volver a la política interna de Estados Unidos, donde Trump y su equipo se enfrentan incluso desde antes del cambio de mando a los poderes fácticos que se nutren de las interminables guerras desde hace casi tres décadas. Principalmente desde las agencias de inteligencia, las fuerzas armadas, el Departamento de Estado y la propia Casa Blanca, los funcionarios “de siempre” han criticado y saboteado las iniciativas de la “gente nueva”, y así fue con el rechazo a escalar una guerra en Siria que presentaba la administración entrante.
El último triunfo del establishment fue la salida del polémico Steve Bannon del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos, al cual ingresó sin más méritos que ser estratega y asesor principal de Trump. Su salida se anunció apenas horas antes de que los destructores lanzaran sus misiles Tomahawk contra Siria.
Los cambios en el Consejo fueron varios, incluyendo el regreso triunfal del director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), a quien Trump había dejado fuera pocas semanas antes.
Detrás de los cambios se aprecia la mano del nuevo Asesor de Seguridad Nacional, H. R. McMaster, un militar retirado de mano dura, famoso por considerar que Estados Unidos perdió la guerra de Vietnam por culpa de los políticos y de los jefes militares que no supieron desafiarlos. McMaster asumió ese puesto el 13 de febrero, cuando su antecesor y hombre de confianza de Trump, Michael Flynn, fue despedido supuestamente por no mencionar sus contactos con rusos al vicepresidente de Estados Unidos.
Aislado de los hombres que inspiraban su política exterior “aislacionista”, Trump fue presa de los halcones encabezados por McMaster y abruptamente cambió su rumbo para aprobar el uso de la fuerza militar contra Siria.
Pero si con la ciudadanía desinformada tuvo algunos éxitos, con este grupo su derrota fue total. Habiendo cedido una vez en este punto trascendental, prácticamente devolvió el poder a las manos de los “mismos de siempre”, que en adelante tendrán menos escrúpulos para volver a ejercerlo.

Desastre Internacional
Y a cambio de entregarse a ese grupo, Trump no consiguió absolutamente nada frente a otros países. Los partidarios de Estados Unidos seguirán siéndolo, pero ahora con la certeza de que las palabras de su presidente no tienen mucho valor.
En cambio a los demás parece haberlos perdido definitivamente.
Entre los “demás” estaban China, Irán y Corea del Norte, todos declarados como “enemigos” por el propio Trump. Esperaban que solo fueran bravatas, pero ahora saben que es capaz de atacar sin motivo y sin preocuparse de respetar la legalidad internacional. Es peligroso y por lo tanto deben resguardarse. Que el premier chino estuviera junto a él cuando se decidió el ataque a Siria no mejora esta imagen. Y que una flota estadounidense se dirija hacia Corea tampoco ayuda.
Pero el peor efecto fue con los posibles nuevos “amigos”, Rusia y Siria. Aunque le duela a los neoconservadores y liberales estadounidenses, Trump fue elegido con la promesa de que avanzaría hacia una era de coexistencia con Rusia. Desde el viernes pasado, esa promesa se desvaneció como una bruma de verano y, por primera vez desde el fin de la Guerra Fría, es más probable una Tercera Guerra Mundial.
Washington trata de evitar el conflicto y ofrece una rama de olivo si Moscú abandona a Al-Assad. El problema es que el ataque lo hizo imposible y obliga a Rusia a radicalizarse en su defensa del presidente sirio.
Es así como Moscú abandonó su mesura y, junto a Irán y el Hezbollah libanés, advirtió que responderá a nuevos intentos de usar la fuerza. Las defensas antiaéreas sirias serán reforzadas y ya se anuló un acuerdo que permitía a aviones de Estados Unidos sobrevolar ese país. Esto significa que, en adelante, los aviones estadounidenses podrán ser derribados sobre Siria como invasores.
La fragata rusa Almirante Grigorovich se dirige hacia la costa siria. Es una nave moderna, comisionada hace un año y con una formidable defensa antiaérea, pero que también destaca en un rol antibuques. Los lanzadores de Tomahawks harán bien en mantener su distancia.
No hay que olvidar a los “amigos no reconocidos” de Estados Unidos, como Estado Islámico y Al Qaeda (en cualquiera de sus actuales denominaciones), que son los grandes ganadores de la acción estadounidense. Es curioso que Estados Unidos justifique su presencia en la región como un esfuerzo por derrotar a ISIL, pero despliega su poder militar contra los únicos que parecen estarlo combatiendo con decisión y eficiencia (aparte de los kurdos, pero esa es otra historia). Es decir, mientras Rusia y Siria bombardean a Estado Islámico, Estados Unidos bombardea a Siria y amenaza a Rusia. Tal vez “curioso” no sea la palabra para describirlo.
En el noroeste, los rebeldes encabezados por Al Qaeda comenzaban a retroceder en una ofensiva contra Hama lanzada desde la provincia de Idlib, pero volvieron al ataque después de la lluvia de misiles. En el este, Estado Islámico pudo concentrarse en la defensa de Raqqa de los ataques kurdos, sin preocuparse de las tropas sirias.
Además, cualquier grupo rebelde podría volver a protagonizar un “ataque químico” con la seguridad de que se culpará al gobierno sirio sin importar la inexistencia de pruebas.
El propio presidente Vladimir Putin advirtió el martes 11 de marzo que los enemigos del presidente Bashar al-Assad “planean introducir ciertas sustancias y acusar a las autoridades sirias de usarlas”.
Mencionó específicamente el sur de Damasco como posible escenario de nuevas “provocaciones”, lo que resulta significativo si se tienen en cuenta los informes de aldeanos jordanos que aseguran haber visto tropas estadounidenses y de su país ingresando al sur de Siria con blindados. Oficialmente, se afirma que hubo una pequeña operación dirigida contra Estado Islámico, pero los testigos aseguran que se trató de un gran despliegue y no vieron regresar a las tropas.