Serie Guerra Civil Siria. Parte I: La Danza De Demonios de EE.UU.

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Comenzamos una serie de artículos relacionados con la Guerra Civil de Siria y las alianzas improbables que están sucediendo y alternándose en cada momento. Esta Parte I: La Danza De Demonios De EE.UU. sirve de contexto para los próximos informes en esta saga, donde vamos a discutir cómo los jugadores clave en Medio Oriente mueven sus piezas en el tablero que conforman Siria e Irak.

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Cada cierto tiempo, los EE.UU. crea un nuevo enemigo colectivo o por lo menos le pone nueva cara a uno antiguo. Ha sido así desde la Segunda Guerra Mundial con los nazis, donde preparó el camino para antagonizar a la Unión Soviética, que a su vez dio lugar a una gran cantidad de “demonios” bajo el paraguas del comunismo. La Guerra Fría dio cabida a demonios específicos que se materializaron en la Guerra de Corea, la guerra de Vietnam y varios enfrentamientos en Medio Oriente, parte de la estrategia de “guerras subsidiarias” de EE.UU. contra los soviéticos.

Cuando la Unión Soviética estaba a punto de colapsar, EE.UU. necesitaba un nuevo enemigo para mantener la maquinaria de guerra en marcha. El Medio Oriente había demostrado ser tierra fértil para este propósito desde que Truman reconoció al Estado de Israel en 1948. En 1990, George H. W. Bush (1989-1993) presentó el demonio de la radicalización de Medio Oriente personificado en Saddam Hussein, convenciendo a la opinión pública de Estados Unidos y a las potencias occidentales de que el líder iraquí estaba desarrollando un programa nuclear que debía ser detenido.

Justo después de eso, Bill Clinton (1993-2001) acotó esta amenaza radical de Medio Oriente en los llamados “yihadistas”, un concepto que los estadounidenses estaban escuchando desde que los muyahidines pelearon por ellos contra los soviéticos en Afganistán en los años 70. En respuesta a los ataques terroristas supuestamente planeados contra él, Clinton ordenó atacar Afganistán y Sudán, en momentos en que Osama Bin Laden era un residente en este último país y era considerado un empresario y benefactor. Este ataque llevó a los yihadistas en retirada a buscar refugio contra los americanos en Afganistán.

Pero la nueva guerra requería más que la mano vacilante de Clinton para tomar su forma final y en 2001 se produjo la excusa perfecta para poner en marcha una guerra total. El presidente siguiente, George W. Bush (2001-2009), fue el encargado de declarar la “guerra contra el terrorismo”, con una cara muy definida: Al-Qaeda y Osama Bin Laden se convirtieron, de la noche a la mañana, en los nuevos demonios del imperio. Una obsesión personal y oscuros intereses favorecieron la creación de otro demonio: Saddam Hussein en Irak.

Luego tenemos a Barack Obama (2009-2017) y el Estado Islámico, con el escurridizo Abu Bakr al- Baghdadi como el demonio de turno. Además, sus cuadros de soldados tuvieron que ser reconstruidos con hombres pagados, pues faltaban mártires voluntarios. El enemigo secundario que se eligió fue Siria, con el demonio Bashar al-Assad al frente, una vez más en defensa de oscuros intereses (antes, su secretaria de Estado había decidido deshacerse de Libia y Muammar Gaddafi por las mismas razones).

El punto es que el enemigo islámico ya mostraba indicios de estar terminado. Se necesitaba un nuevo enemigo y los servicios de inteligencia ya habían elegido el demonio que impondrían al nuevo presidente. Poco imaginativos y sin mucho para elegir, este nuevo monstruo era el mismo de los tiempos previos: los rusos, que bajo Vladimir Putin se negaban a someterse a los mandatos del imperio. Era necesario castigar su “actitud asertiva” y evitar aventuras no autorizadas como la de Ucrania.

Y aquí empiezan los problemas.

Con el último escenario aún abierto (Siria) y el nuevo demonio ya escogido, los estadounidenses eligieron al frente del país a Donald Trump (2017-?), un admirador de Putin y amigo de Rusia, que no mostraba mayor interés en Siria. Por supuesto, estos conceptos hay que considerarlos con mucho cuidado cuando se refieren a un personaje cuyas opiniones y acciones no siempre van en la misma línea o no siempre se sostienen en el tiempo.

Detener el proceso de propaganda y demonización en todo el mundo occidental ya no era opción. Solo quedaba la alternativa de deshacerse de las objeciones de Trump o deshacerse de Trump mismo. Para lo primero, se necesita ponerlo a él como objetivo de la misma campaña de propaganda que antes solo iría dirigida contra las masas de súbditos, desprestigiando a la vez sus vínculos y posturas respecto a Rusia.

Tenemos entonces un gran signo de interrogación en las relaciones entre Estados Unidos y Rusia. ¿Se inclinará Trump ante los deseos de “sus” agencias o, como ocurre normalmente con él, tratará de imponer sus puntos de vista?

Algo es seguro: en vista de la demonización ya avanzada en la opinión pública, cualquier paso que diera en este momento tendría que hacerlo con el máximo sigilo. En caso contrario, solo profundizaría la imagen de “alianza con el enemigo” que ya está calando entre sus ciudadanos.

Por lo tanto, públicamente seguiremos sometidos a la misma campaña, pero solo podemos tratar de adivinar lo que ocurre lejos de los focos. Tal vez leyendo entre líneas en las informaciones.

Pero ya hay una guerra en desarrollo. Una guerra muy especial, con decenas de grupos involucrados, coaliciones vagas, la errática Turquía y los tres actores principales de la actual escena internacional: Estados Unidos, Rusia y Estado Islámico. Vale la pena prestar atención a lo que está ocurriendo, lo que se dice, lo que se hace y lo que puede deducirse de esto último.

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La familia Assad: Hafez al-Assad y su esposa, Anisa Makhlouf. Atrás, de izquierda a derecha: Maher, Bashar, Basil, Majid y Bushra al Assad.

El Experimento Sirio

La actual República Árabe de Siria nació como tal en 1963, cuando se produjo el golpe de Estado que llevó al poder al Ba’ath, un partido de corte socialista y laico. En rigor, el país fue creado tras la Primera Guerra Mundial, como otro proyecto en la zona por parte de las potencias colonialistas europeas, que agruparon naciones y credos variados dentro de fronteras artificiales. Eso provocó inestabilidad y una serie de experimentos políticos que fueron de la monarquía al comunismo, hasta que el Ba’ath impuso orden a través de una dictadura, que también tuvo vaivenes: al golpe del ‘63 se sumaron otros en 1966 y 1970.

En los tres golpes participó Hafez al-Assad, hasta que en el último finalmente se hizo con el poder total y logró unificar al país (por la fuerza) mediante un culto a su personalidad. Cuando murió en 2000, dejó la presidencia a su hijo, Bashar al-Assad, un oftalmólogo sin experiencia política ni militar cuando fue llamado a última hora para mantener el poder dentro de la familia (su hermano mayor y heredero murió en un accidente).

La familia Assad es alawita, una secta musulmana emparentada con el chiismo, minoritaria incluso en Siria, donde predomina el sunismo. Pese a esto, para reforzar su control, al-Assad promovió a los alawitas a los principales puestos del gobierno y las fuerzas armadas, postergando a sunitas, drusos, cristianos, yazidíes y otros. En cuanto a grupos étnicos, se ha privilegiado a la mayoría árabe sobre asirios, kurdos, turcos, griegos, armenios y varios más.

Todo esto explica lo que ocurrió en 2011, como consecuencia de la Primavera Árabe.

Bashar al-Assad carece de la experiencia y la habilidad de su padre para manejar la diversidad de su país, además de no parecer tan dispuesto a usar la fuerza contra su propia gente (lo que solo significa que no llega a extremos). No despierta respeto ni temor, por lo que el descontento de la Primavera Árabe llevó a varios sectores a creer que había llegado el momento de desafiarlo. Las protestas en demanda de más democracia se extendieron rápidamente, hasta que el régimen recurrió a la fuerza.

Ese momento, a mediados de 2011, fue pivotal: algunos uniformados se negaron a usar las armas contra civiles y fueron ejecutados. Se generó un quiebre y unidades completas del ejército desertaron, llevándose las armas y eventualmente usándolas contra las fuerzas leales al gobierno.

Había estallado la guerra civil.

Syrian map March 2017
Siria y diferentes facciones a marzo de 2017.

Un Rompecabezas De Colores

Según el mapa anterior, solamente las áreas rojas están bajo control del gobierno y sus fuerzas leales, que incluyen a tropas iraníes y milicianos del Hezbolá libanés (ambos chiitas).

Las zonas verdes corresponden a fuerzas sirias de oposición, que en general podríamos decir que son los grupos sunitas que se alzaron en armas inicialmente y formaron el Ejército Sirio Libre (FSA en las noticias de origen angloparlante), más mercenarios armados y apoyados por Turquía, potencias occidentales y en parte árabes del Golfo. Cuando estalló la guerra civil, promovida por estos mismos países, ellos apostaron inicialmente a estas fuerzas, pero pronto demostraron ser insuficientes e ineptas, lo que motivó a los financistas a “reforzarlos” primero y apostar por otros después. Su valor militar es bajo y solamente se benefician de que la prioridad para el gobierno es otra.

La prioridad número uno la tienen los yihadistas, que en el mapa aparecen en gris y parecen ocupar la mayor parte del país (realmente es así, pero gran parte de ese territorio es desierto sin valor). Se trata de Estado Islámico en Irak y el Levante (traducción que usa el nombre árabe tradicional, ya que “Siria” fue también un invento europeo; por lo tanto, su sigla es ISIL, aunque a veces aparece IS, ISIS o incluso Daesh, que es el acrónimo árabe, a veces usado con sentido peyorativo). Se trata de un grupo fundamentalista, de inspiración salafista y alto poder de convocatoria en el mundo musulmán. Tiene apoyo económico y en armas de Arabia Saudita y otros países del Golfo, más la infraestructura montada en Irak y la zona siria controlada, donde producen petróleo y gas natural que venden ilegalmente. Estas entradas han ido disminuyendo durante el último año, a medida que son acorralados en ambos países y pierden sus intermediarios para la venta de esas riquezas (principalmente Turquía).

Estado Islámico llegó al país a mediados de 2013 y comenzó a capturar territorio rápidamente, aprovechando su superioridad organizativa, sin registrar enfrentamientos militares importantes. Aparte de recibir voluntarios de todo el mundo, contarían con tropas sauditas, de otros países árabes e incluso fuerzas especiales de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia. En general, las tropas occidentales argumentan que apoyan a otros grupos “moderados”, no a Daesh, pero las distinciones son mínimas aparte del nombre.

Todo lo dicho podría aplicarse también a Al Qaeda. Su fuerza de combate es menor a la de Daesh y supuestamente son enemigos, habiendo llegado a enfrentarse en enfrentamientos armados, tanto en Siria como en Irak. Pero en definitiva combaten juntos contra las fuerzas sirias. Las decenas de grupos fundamentalistas menores obedecen a uno, otro o ambos de estos gigantes, cambiando constantemente de nombres y de alianzas entre sí. De hecho, actualmente Al Qaeda en el Levante se llama Hay’at Tahrir al-Sham, después de fusionarse con otros grupos menores.

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Combatientes kurdos del YPG

El Factor Nacionalista

En el campo de batalla solo hay otro grupo que puede competir en habilidad militar y organizativa con los yihadistas: los kurdos, amarillos en el mapa.

Los kurdos quizás formen el principal pueblo olvidado por los colonialistas europeos cuando trazaron las fronteras actuales en el Cercano Oriente. Se encuentran distribuidos por Turquía, Siria, Irak e Irán, pero no cuentan con patria propia. Por años, durante el gobierno de Saddam Hussein, lograron tener cierta autonomía en el norte iraquí, gracias a la protección de Estados Unidos. Tras la invasión de ese país, su autonomía casi fue total, alimentada por las riquezas petroleras de su territorio, hasta que apareció Daesh para apoderarse de esas riquezas y obligarlos a replegarse militarmente. Desde entonces, supuestamente son enemigos mortales, aunque ambos parecen beneficiarse del mismo protector y usufructúan del mismo negocio ilícito.

Cuando estalló la guerra civil en Siria, los kurdos se alzaron en el norte y una vez más lograron cierta autonomía política. No es raro oír del “Kurdistán” en referencia tanto al territorio ocupado en Siria como al de Irak y ahora a ambos en conjunto. Actualmente, sus milicias forman las Unidades de Protección del Pueblo (YPG) y combaten junto a decenas de grupos menores, muchos de ellos correspondientes a naciones que también rechazan al régimen sirio (turcomanos, asirios y varias tribus árabes). En conjunto forman las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF), que reciben apoyo de Estados Unidos, Turquía (inicialmente) y otros países occidentales.

Aunque entre esos grupos menores hay algunos de inspiración religiosa, no tienen ideología salafista y actualmente se dedican a combatir contra Daesh más que contra el régimen sirio. Aun así, de repente algunos de esos grupos se pasan al lado extremista o combaten entre ellos.

Sin embargo, es posible decir que los “amarillos” son moderados, combaten por motivos nacionalistas, tienen ideología fuertemente izquierdista y su principal enemigo son los fundamentalistas. Por este motivo –y porque los kurdos siempre han combatido junto a los estadounidenses en Irak– se han transformado en los socios favoritos de los occidentales, especialmente durante el último año, tras los escándalos por su apoyo a grupos más radicales (grises) y las desilusiones con el FSA (verdes).

Erdogan
Presidente turco Recep Tayyip Erdogan.

El Factor Turco

Hasta cierto punto, todas estas distinciones son arbitrarias, ya que los distintos grupos – principalmente los menores, pero no solo ellos– cambian de bando y de objetivo a medida que les conviene. Por eso no es raro tampoco que Estados Unidos entregue armas antitanques a un grupo aliado a los kurdos y terminen en manos de Estado Islámico. Al menos, esa es la explicación oficial.

La conveniencia de las alianzas suele dictarla el dinero, como es habitual. Y este proviene o provenía de tres fuentes principales: Estados Unidos (y Europa), los países del Golfo y Turquía. En términos muy generales, Estados Unidos aparece alineado con los kurdos, los árabes sunitas con Daesh y el FSA, mientras que Turquía… bueno, es complicado.

Turquía es la gran variable de este juego. Inicialmente, alentado por sus aliados de la OTAN, fue el jugador más activo en el tablero sirio. Pero tiene una gran diferencia con los demás, que pretenden destruir al régimen de al-Assad (sin importar si al mismo tiempo destruyen a Siria, como ya pasó en Irak). Para Turquía el motivo principal es debilitar a los kurdos y el secundario debilitar o destruir totalmente a Siria para alzarse como la gran potencia musulmana del área.

Con los kurdos, el conflicto es histórico y regularmente llega a las armas. Incluso durante la invasión de Irak se dio el lujo de invadir ese país en contra de las “órdenes” de Estados Unidos, para castigar a los kurdos autónomos de allí. Considera a los kurdos iraquíes como terroristas, y de hecho lo son, si consideramos que apoyan a grupos que realizan atentados contra civiles y militares dentro de Turquía. El mismo gobierno estadounidense lo ha reconocido así, lo que no le impide luchar a su lado, como combate junto a los iraníes en Mosul.

Pero en esta oportunidad los turcos comenzaron haciendo la vista gorda. Por dos motivos. Primero, porque veían la guerra civil como una oportunidad para que sirios y kurdos se debilitaran mutuamente, lo que esperaba aprovechar en su momento para apoderarse del territorio sirio o –más factible– poner un gobierno títere allí. Segundo, porque lograron un provechoso acuerdo con los kurdos y otros grupos rebeldes (incluyendo Daesh), por el cual el petróleo y el gas “recuperados” se vendían a través de Turquía (con cantidades menores a través de Irak y de Arabia Saudita). Al frente de este negocio ilegal destacaba Bilal Erdogan, uno de los hijos del propio presidente turco, Recep Tayyip Erdogan.

Los turcos estaban felices al alimentar las hogueras sirias, mejorando su economía (especialmente la de los Erdogan) a la vez que enviaban armas a fundamentalistas y kurdos para que se mataran entre ellos, todo con la bendición de Estados Unidos y la OTAN, que también hacían la vista gorda mientras se beneficiaran del desastre, aunque ya hace un par de años era claro que la guerra estaba estancada y ningún bando ganaría (excepto los turcos).

El comienzo del fin se produjo por la ambición de Estado Islámico. En Turquía comenzaron a crear problemas de imagen para el gobierno, al actuar a plena luz amparándose en la “protección no oficial” de que gozaban. En Irak, kurdos e iraquíes (chiitas, con el respaldo de Irán) se aburrieron de sus excesos y comenzaron a arrinconarlos, arrastrando a un renuente Estados Unidos con ellos. Actualmente están a punto de destrozar al grupo en Mosul.

Estados Unidos lo permitió con la idea de empujar a Daesh hacia el oeste, a Siria, donde supuestamente reforzaría la presión contra Assad. No se puede descartar que, enfrentado a la creciente evidencia de su relación con el supuesto enemigo “terrorista”, Washington finalmente decidiera romper esa relación.

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Presidente de Rusia Vladimir Putin y el Presidente de Estados Unidos Barack Obama en una reunión secundaria de la sesión de la Asamblea General de la ONU.

Un Tablero Lleno De Jugadas

Los kurdos habían tenido la misma idea al revés: si Daesh escapaba hacia el oeste, presionaría a sus hermanos sirios; por lo tanto, lo mejor sería presionarlo a la vez en ambos frentes y evitar que se hiciera fuerte en alguno de los dos países. Como en Mosul tenían aliados para ayudarlos a combatir, su fuerza militar se dirigió al Kurdistán sirio y Daesh comenzó a retroceder también allí.

El movimiento kurdo logró lo que la ética no pudo: Erdogan decidió priorizar el interés nacional sobre los propios. Hasta el momento, los kurdos estaban divididos en el territorio norte de Siria, que además estaba infiltrado por los agentes turcos e incluso sus tropas encubiertas, protegiendo el corredor de contrabando (armas en un sentido; drogas y petróleo en el otro). El apoyo de los “terroristas iraquíes” amenazaba poner fin a la situación y crear un verdadero Kurdistán en la frontera, mientras Daesh era una molestia públicamente rechazada por Estados Unidos. No había dónde buscar ayuda.

Además, la propia Turquía era una molestia para Estados Unidos, que cometió el error de intentar sacudírsela a través de un golpe de Estado que falló.

Era el momento de un nuevo jugador, que llegaría a arruinar las ganancias y desnivelar el tablero: Rusia.

Al-Assad invitó a fines de 2015 a uno de los pocos amigos que tenía en la escena internacional, que ya lo había salvado en 2013, cuando las tropas de Estados Unidos iban en vuelo para comenzar la invasión de Siria, cuando de paso humilló a Barack Obama. Esta vez, Vladimir Putin tampoco lo defraudó y pocos meses después de su intervención ya había logrado que Estado Islámico fuera un blanco verdadero (no solo declarado) de toda la comunidad internacional, por el simple expediente de combatirlo realmente, mientras amenazaba con contar todas las verdades, como el origen del financiamiento para mantener la guerra.

Aprovechando todas las circunstancias, Rusia cambió el papel de Turquía, que dejó de ser el peón de Estados Unidos y cortó las vías de suministro hacia Daesh (y hacia los kurdos, que era lo que realmente le interesaba a Erdogan). Como otra “recompensa”, le ofreció un acuerdo para destruir los planes kurdos con apoyo sirio: la posibilidad de entrar abiertamente a Siria con tropas, para impedir que se conformara un Kurdistán sólido en sus fronteras.

Y así es como el mapa sirio adquirió una mancha “turquesa”…